Epetáculo cocinil
Instalación junto a Herbi y música de Simón Pérez en SAGA, junio 2025.
Cuando paseo por la calle Belgrano miro las cocinas de los estudios de decoración, esos ambientes desarmados y que se transforman en vidrieras, pero que también se vuelven chatos, como si por faltarles una pared, les faltara también una dimensión. El sueño de las instalaciones es realizar el arte libre. Convertir el espacio en un tabernáculo, en un gran acto litúrgico. Una cocina también es un delirio de la gravedad, un punto en el que el agua escurre: y alrededor de ese punto se organizan los objetos y las vidas. A mi abuela le gustaba quedarse todo el día en la cocina, tal vez porque no había mucho que hacer afuera, en compañía de un gato. Con la cocina a leña, el lugar parecía una especie de fragua.
El sueño de montar una cocina para homenajear a todas las brujas empieza con operaciones absurdas con el material. La cocina también es un hospital de los objetos: donde van a curarse, de donde vuelven cambiados.
Dos acciones contrarias producen un efecto en común. Los objetos de Herbi comienzan con material de rezago: goma espuma, cosas de cotillón, masilla… Con todo eso, él va pensando ideas plásticas simples pero muy cargadas de emoción, como las ideas de un cuento. El relato de cada cosa (de cada cosa que se transforma en cosa: torta, araña, o producto de limpieza asesino) funciona como relato porque entre la idea y su realización intermedió un extraño poder de síntesis. Ese poder invisible y a la vez revelado en sus frutos es lo que los trabajos tienen de siniestro, en una clave sutil. Hay una realidad oculta que se revela en los ravioles ensangrentados y en los escombros de comida, de una forma que no se podría revelar si las cosas solo fueran su propio signo (como el signo medialuna, o el signo torta), que necesita una realización escultórica, una encarnación material.
En el caso de Cecilia, el objeto hace el via crucis inverso: partiendo de un objeto real conservado, las operaciones empiezan a desperfilarlo, a buscarle el agujero a todo. Hay una pulsión desublimatoria por convertir todo en un asunto de cosas que se interpenetran, buscando la vida propia donde las cosas dejan de trabajar. La forma de nuestra sociedad se revela en pequeñas etnografías de volquete. En su trabajo diurno, Cecilia restaura espacios patrimoniales, considerados importantes por nuestra cultura, bajo el cuidado del estado. Esta fiesta del antipatrimonio (esta cocina de rancho: cocina campesina aunque es cocina de ciudad), absuelve a los objetos de su importancia, los deja volver a la infancia.
Claudio M. Iglesias